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domingo, 1 de diciembre de 2013

El Cadejos

Esta tradición habla de un espectro con forma de perro negro grande y encadenado, de ojos rojos encendidos, a menudo con dientes de jaguar y patas de cabra, que se aparece por los caminos a deshora para acompañar a los noctámbulos que andan en malos pasos, generalmente en estado de ebriedad, y advertirles para que cambien su forma de ser. No es de carácter bravo o sanguinario y jamás ataca a ningún hombre. En otras versiones se narra que, cuando los niños se desvelan, puede ser invocado, y al poco tiempo se escucharán las uñas en las baldosas o las paredes de la casa, con su aliento resoplando por una hendija de la ventana, sin marcharse hasta que haya silencio y el niño caiga en profundo sueño. Es característico de las historias que se cuente que, en vez de verlo, solamente se haya escuchado el sonido de las cadenas arrastradas sobre las baldosas o el pavimento del camino.
La versión más popular relata que se trató de un hijo menor (un benjamín o, como típicamente se les llama en Costa Rica,«cumiche») que vivía en un total libertinaje, y sufrió la maldición de su padre; o bien, un sacerdote corrupto que fue castigado por Dios. Otra versión narra que se trataba de un joven hijo de un alcohólico, el cual recibía, junto a su madre, el maltrato por parte de su padre, y que, intentando corregir los malos pasos de éste, se disfrazó de un animal negro y peludo, saliéndole al paso una noche en que el hombre venía totalmente ebrio. Tras el susto, éste se dio cuenta de que era su hijo, por lo que, maldiciéndolo, lo condenó a vagar en forma de perro espectral que sigue, pero no daña, a los bebedores que trasnochan.
Se cuenta que, tras cien años de penar, el Cadejos se transformó nuevamente en un ser humano, y posteriormente se suicidó arrojándose al cráter del volcán Poás. Pese a esto, no murió, y es él quien provoca los estremecimientos del coloso.

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